El estrés está a la orden del día. De hecho es uno de los grandes problemas de salud a los que se enfrentan las sociedades más avanzadas. El número de personas que sufren estrés, en cualquier grado, es, cada día, mayor. Las consecuencias suelen ser nefastas para la calidad de vida de los afectados que, de forma inevitable, acaba suponiendo un problema físico. Por supuesto que, al ser un problema que llega hasta todos los ámbitos de la vida, también afecta a nuestra sexualidad.
Si hay algo que precisa la sexualidad para desarrollarse de una manera plena es un ambiente favorable, un clima contextual adecuado. A mayor tranquilidad en la vida de una persona, mayores posibilidades de desarrollarse sexualmente. Por tanto, el estrés en la vidas de alguien, con toda seguridad, va a terminar limitando las posibilidades de su vida sexual.
De hecho, la propia sexualidad, entendida como un vehículo para, inútilmente, alcanzar la perfección puede llegar a convertirse, también, en una fuente de estrés. Cuando esto sucede, se convierte en un círculo vicioso del que es imposible salir sin ayuda externa. Todo sucede de la siguiente forma. Al querer estar a la altura sexual que nos imaginamos que deberíamos estar nos enervamos este´s que, al legar a la cama hace sus efectos y nos hace rendir por debajo de nuestra posibilidades. Esto nos preocupa y nos genera más estrés que, a su vez, vuelve a aparecer en nuestros siguiente encuentro sexual y nos hace bajar el rendimiento lo que nos produce más estrés. y así de forma indefinida.