A los hombres les atraen las tetas grandes. Esta creencia tiene fundamentos sólidos. Además de sus connotaciones eróticas, el pecho de la mujer nos lleva a nuestra más tierna infancia, al seno donde nuestras necesidades quedaban satisfechas.
Independientemente de su tamaño, el pecho de una mujer es ese lugar donde queremos estar cuando buscamos paz, calor, cariño y protección. Es el auténtico descanso del guerrero. Es, incluso, el refugio que a veces necesitamos, donde nos sentimos seguros, donde nos recuperamos y donde tomamos fuerzas para salir de nuevo a la batalla con potencia renovada.
Además de las necesidades alimentarias y de que el pecho de la mujer es fuente de consuelo y de seguridad, todo ello fruto de su dimensión maternal, hay que añadir la dimensión sexual: el hombre, siempre explorador del órgano sexual femenino, tan celosamente escondido y difícil de alcanzar, se siente encantado entre unos pechos descubiertos, visibles, amables, sugerentes, hospitalarios… fácilmente accesibles. Por su parte, la mujer, a menudo dubitativa también frente a la opción de entregar su sexo, aprovecha el poder que le da su pecho y de hecho lo convierte en una ventaja de seducción.