Para que podamos disfrutar de una gratificante sesión de sexo es necesario que tengamos una buena erección. Por eso, cuando un hombre recibe algún tipo de estímulo que le resulta excitante, tanto física como visualmente, comienza a experimentar una erección. En apenas 10 segundos, aunque este tiempo puede variar dependiendo de lo intenso que sea el estímulo, el pene aumenta de tamaño y se endurece como preparación al coito.
Es necesario que conozcamos un poco la anatomía del pene para que podamos entender por qué se produce una erección. Desde el hueso del pubis hasta el glande se encuentran los cuerpos cavernosos que son lo que contienen el tejido eréctil y en la parte inferior del pene está situado el tejido esponjoso. Éste está formado por los tejidos fibrosos, músculos, arterias y venas.
Al recibir un estímulo que nos provoca excitación, se relajan los músculos de los cuerpos cavernosos, lo que permite que la sangre fluya y rellene el tejido eréctil. Debido a ello, los cuerpos cavernosos reciben una gran presión con lo que el pene se agranda. Al mismo tiempo, la membrana que rodea los cuerpos cavernosos, la túnica albugínea, retiene la sangre del pene impidiendo que fluya fuera de él consiguiendo que se endurezca y mantenga la rigidez necesaria para que la penetración sea efectiva y placentera.
Una vez que se ha producido la eyaculación, o cuando hemos dejado de recibir ese estímulo que nos excita, se vacía la sangre que se encuentra en los cuerpos cavernosos y el pene recupera la forma y tamaño que tiene estando en reposo.
Debido a la flexibilidad que pueda tener cada uno en los músculos que están implicados en la erección, no es posible determinar la medida que puede alcanzar un pene cuando logra una erección. No existe una relación directa entre el tamaño de un pene en reposo y el que puede llegar a conseguir estando erecto.
También existen casos en los que el pene también puede llegar a tener una erección sin que existan esos estímulos físicos o psicológicos, como las erecciones que tenemos al levantarnos o las que se producen de forma involuntaria en las fases del crecimiento.