El placer es diferente para diferentes personas. Para algunas personas, la comida es un placer. Pero apuesto a que conoces a personas que encuentran que la comida no lo es para ellos. En cambio, disfrutan de la natación, leen una novela, miran las finales de la NBA, plantan flores o recorren París. Cualquiera que sea la elección, es probable que cuando piensas en hacerlo tengas un subidón de dopamina. Luego, mientras estás involucrado en la experiencia placentera, estás feliz o extasiado. Y más tarde ese día o en algún momento en el futuro, recuerdas lo disfrutado y sonríes como un tonto. Así es como funciona el placer.
Sin duda, el sexo es una de las actividades más placenteras a la que puede enfrentarse un ser humano. Al menos, así es para la inmensa mayoría de las personas. Sin enbargo, el nivel de placer que cada uno alcanza en sus experiencias sexuales es muy distinto. Una vez más, esto demuestra que cada uno somos diferentes en todo. Por supuesto, también lo somos en lo relacionado con nuestra sexualidad y con nuestra forma de alcanzar el placer.
Los que son capaces de alcanzar un alto nivel de placer con la comida saben que, en ocasiones, pasarse del límite puede originar problemas. Llega un momento en el que comer en exceso, por más que se trate de nuestra delicia culinaria favorita, no solo deja de provocarnos placer sino que, además, pasa a propopiciearnos un mal rato. Llega un momento en que comer por comer puede hacer que nos sintamos mal. Una pena, la vedad. Realmente, se deja de disfrutar aquello que se engulle sin más. Algo parecido puede ocurrir con el sexo.
Conviene disfrutar con cada instante de aproximación del sexo. Puede que en este caso, a diferencia de la comida, lo peor no esté en el consumo en exceso sino en no saber disfrutar cada uno de los instantes de placer que nos facilita. Conviene aprovechar al máximo cada oportunidad que tengamos de enfrentarnos a una situación que nos provoca placer. Sin duda, en el sexo resulta especialmente importante tener en cuenta este extremo.