El deseo erótico, sin duda, es el motor principal de gran parte de la actividad humana. Es cierto que no es el único. Pero todo, en realidad, está relacionado con el deseo. No siempre con el erótico, pero sí con otras formas de deseo como pueden ser el deseo de éxito o de reconocimiento social. Sin embargo, hay claras diferencias entre el deseo erótico y otros tipos de deseo. Fundamentalmente, a diferencia de los demás, se trata de algo que no podemos controlar y, a menudo, no tienen ningún sentido lógico.
No podemos decidir el momento en el que el deseo erótico aparece. Pero no solo es eso. Tampoco podemos decidir ni hacia quien se experimenta ni siquiera cómo lo hace. Por eso sabemos que se trata de algo totalmente involuntario.
El deseo erótico no tienen un sentido lógico en ningún caso. De hecho, es habitual que lo sintamos hacia personas con la que no nos une nada. Ni aficiones ni gustos comunes. Nada. Simplemente, contra toda lógica, nos sentimos atraídos de una forma erótica por ellos o ellas.
Además de todo lo expuesto en los párrafos anteriores, el deseo erótico se caracteriza por que se trata de algo fluctuante. Tna pronto aparece como desaparece. Ya sea para volver a aparecer o para no hacerlo nunca más. Incluso dentro de una misma relación. Dentro de un mismo contexto, en ocasiones puede que se den las circustancias para que se haga presente y, en ocasiones, no.
Por lo tanto, ahora que conocemos más sobre el deseo erótico que caracteriza al ser humano, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el título de nuestra entrada de hoy resulta totalmente pretencioso. Si bien sabemos algunas cosas determinantes sobre este tipo de deseo, resulta practicamente imposible que entendamos completamente su funcionamiento.
Debemos conformarnos, pues, con disfrutar de él cuando aparezca y sea posible usarlo. Su imprevisibilidad, a diferencia de otros tipos de deseo que pueden ser más tangibles, hace que no seamos capaces de explicar perfectamente su funcionamiento. Sin embargo, lo que sí resulta bastante claro es que, sin duda, se trata de uno de los rasgos más distintivos del ser humano como especie.