Aunque en la aventura hacia el descubrimiento de nuestra propia sexualidad todos hemos llegado a pensar, durante una época de nuestra vida, que la masturbación la inventamos nosotros, casi todos ya estamos convencidos de que eso no es así. Cualquier persona sana, y sin prejuicios de cualquier tipo impuestos socialmente, se masturba desde la edad en que comienza a descubrir su cuerpo hasta que su salud se lo permite. No te sientas raro por ello. Lo hace todo el mundo.
A lo largo de la Historia, los moralistas, en cualquiera de sus formas, que en el mundo ha habido hay y habrá, han tratado de hacer creer al conjunto de la sociedad que la masturbación es un acto inmoral. No se trata más que de la vieja costumbre de este tipo de personas en controlar la libertad de los demás. En lugar de regular el espacio de convivencia común, se han venido ocupando, tradicionalmente, de legislar sobre los cuerpos de los demás. Por supuesto, adornaron sus teorías con todo tipo de daños físicos colaterales falsos por completo. Nadie se quedó nunca ciego por masturbarse, aunque fuese en exceso. De hecho, la masturbación no puede llegar a considerarse nunca en exceso. Siempre es, como mucho, la necesaria. Ni un solo grano en la cara de nadie tiene que ver con la masturbación. De hecho, ninguna consecuencia física en el organismo humano es consecuencia de la masturbación, salvo, por supuesto, el placer conseguido con ella.
La masturbación, al margen de los miedos que nos han tratado de imponer, está llena de una serie de mitos absolutamente erróneos. Den entre todos ellos destaca, especialmente, algo que siempre se ha dicho y que no por eso, es más cierto. Estoy hablando del hecho de que los hombres se masturben más que las mujeres. Falso completamente. No existe un censo en el que poder consultar este extremo pero las posibilidades de tener multiorgasmos son infinitamente superiores en mujeres que en hombres. Además, las mujeres se desarrollan antes sexualmente que los hombres. Parece lógico pensar que ellas tienen la posibilidades masturbarse más veces y durante más tiempo que los hombres.