Sentir complejos con nuestro cuerpo es algo que suele pasar. Sin embargo, a menudo, el único problema está en nuestra cabeza. La diversidad humana es un verdadero valor en sí mismo. Precisamente por eso, cada cuerpo es valioso. La belleza no está en seguir los estándares que el mercado pueda marcar en cada momento. ni mucho menos. La belleza reside, fundamentalmente, en la autenticidad. Especialmente en el caso de nuestros cuerpos.
Entre otros aspectos, la industria del marketing utiliza estrategias de publicidad para vender productos o servicios que apelan a miedos o inseguridades con respecto al cuerpo. En este sentido, hoy se predican estereotipos y normas inalcanzables y artificiales en cuestiones como la talla de ropa, el peso, el tipo de fisonomía, etc.
En muchas ocasiones nos centramos demasiado en nuestras imperfecciones. Es decir, nos enfocamos mucho más en las partes que no nos gustan o los rasgos que consideramos feos que en los aspectos positivos. Ello produce una imagen descompensada de nuestro propio cuerpo.
En la era de las redes sociales, es fácil encontrarnos con muchos ejemplos de belleza que se acercan a los estándares que nos venden ciertos cánones. Sin embargo, eso no significa que debamos sentirnos menos valiosas o menos hacernos un hueco en el mundo. Lo que sí debemos hacer es poder apreciar el valor de nuestro cuerpo y en general de nuestra persona.
Nuestro cuerpo y nuestra personalidad se expresan a través de la forma en la que nos vestimos. Cada uno tiene la libertad de hacerlo como más le guste sin tener que adaptarse a ningún tipo de estándar. Fuera los complejos.
La lucha por conseguir unos estándares que no son nuestros solo puede provocarnos inseguridades y frustraciones. La mejor manera que tenemos para sentirnos bien con nosotros mismos es cuidar nuestro cuerpo y nutrirlo adecuadamente, todo ello, desde el respeto y la aceptación por lo que es.
La industria de la moda marca unos estándares irrealistas. Y estamos anto algo que no debemos consentir. Nuestro cuerpo es nuestro cuerpo. y debe ser valorado como nuestra posesión más preciada. Tanto ante los ojos de los demás como, sobre todo, ante los nuestros propios.