Es cierto que relaciones convencionales de pareja suelen ser monógamas. Al menos en nuestra sociedad también al menos en la apariencia que queremos darle. Todos sabemos que una cosa es lo que aparentamos ser y otra, en ocasiones bien distinta, lo que somos en realidad. Sin embargo, el poliamor es algo que, cada día, tiene una mayor visibilidad en nuestra sociedad. Como casi cualquier aspecto relacionado con la sexualidad, las relaciones no monógamas están rodeadas de un gran número de mitos. Vamos a tratar de desmontar algunos de ellos.
Se suele decir que la monogamia es lo más natural. En realidad, esto no es así en absoluto. Las formas de organización que nos muestra la naturaleza cuentan con una gran variedad. Podemos encontrar formas de relación monógamas y no monógamas. Algunas aves, por ejemplo los pingüinos, tienen una forma de relación basada en la monogamia. Al contrario que otros tipos de especies, como los bonobos, que, a lo largo de sus vidas llegan a convivir con un buen número de parejas sexuales.
Otro mito extendido es el de la necesidad de estar con otra persona por las invitaciones afectivas para con nuestra pareja habitual. Los mitos del amor romántico en los que se basa este creencia afirman que todos tenemos una persona en el mundo capaz de completarnos absolutamente. El mito de la pareja en exclusiva no termina de explicar por qué no es posible sentir atracción sexual por otra persona a pesar de que nuestros sentimientos puedan estar plenamente centrados en nuetra pareja habitual.
Cuando hablamos de relaciones nomonógamas no lo estamos haciendo, en absoluto, de infidelidades consentidas. Al contrario. Este tipo de relaciones se basan en el consenso. En estar de acuerdo en adoptar una forma de actuar. No en tener permiso de la otra parte para hacer algo malo. Justamente se trata de que no se está haciendo nada malo y que todas las partes implicadas son conscientes de que eso es así. Por supuesto, al contrario de lo que se suele decir, esto no supone una ausencia de compromiso. Ni mucho menos. Estamos ante una forma superior de compromiso que consiste en aceptar la libertad propia y de nuestra pareja.