Puede que el origen de todo esto esté en la monotonía. El caso es que la fidelidad conyugal parece que es algo que tienen más que ver con lo soscial que con los instintos que, como animales, tenemos. No en vano, en determinadas tribus del Amazonas, por ejejmplo, las mujeres tienen relaciones sexuales con varios hombres para conseguir que el futuro bebé herede lo mejor de cada uno de los participantes en el coito. Sabemos que eso no funciona exactamente así, pero hay que reconocer que, como excusa, está lo suficientemente elaborada como para decicir pasarla por alto. El matrimonio, por supuesto, aquí, no se tiene en cuenta.
Parece demostrado que en la Prehistoria, los humanos solían vivir en pequeños grupos organizados donde la propiedad privada no exsitía. tampoco el matrimonio o su equivalente social. Todo se compartía: la caza, la vivienda, la custodia de los más pequeños y, por supuesto, también el sexo con los diferentes miembros de la pequeña comunidad. Sin duda, era un factor clave para maximizar las posibildiades de supervivencia del clan.
Sin duda, los antencedentes con los que contamos justifican el fracaso aparente del matrimonio como única forma social de enfrentarse al sexo. La fidelidad, cuando no es elegida, sino impuesta por la presión social o, peor aún, cuando la apariencia de fidelidad ha de ser preservada por encima casi de cualquier otra cosa, suele ser un mal negocio y, probablemtne, se trate del peor enemigo con el que cuenta el matrimonio o, por extensión, cualquier otro tipo de relación basada en esta forma de concebir el mundo y el sexo.