El vibrador es un invento realmente útil y curioso al mismo tiempo. Casi tan curioso como la historia que se esconde detrás de su invención. En la mesita de noche de cualquier mujer que se precie descansa, esperando su momento,, un vibrador moderno. De los del siglo XXI. Sin embargo, no siempre fueron así. No siempre hubo la gama de colores, texturas, sabores y tamaños que existen actualmente.
Fue el médico británico Joseph Mortimer Granville el que en plena épcoa victoriana, el que ideo este gran invento. En esa época, y hasta finales del siglo XIX, los científicos habían catalogado una enfermedad denominada “histeria femenina” y que se solía diagnosticar con cierta frecuencia a algunas mujeres. Con esta información, los más despiertos ya habrán encontrado la relación entre esta presunta enfermedad y el vibrador.
La forma en que se sanaba la histeria femenina era sencilla. El doctor de turno acariciaba el clítoris de la enferma hasta producirle el orgasmo. Mano de santo. Todas mejoraban de todos sus síntomas con tan eficaz tratamiento. En realidad, el problema era la represión del deseo sexual en las mujeres, como consecuencia de una sociedad represiva en ese sentido. El invento del vibrador, terminó por hacer desaparecer la enfermedad con una tremenda eficacia.
El caso es que este buen señor, bien porque estuviera cansado de introducirse cada día en tan farragosas cuestiones, bien porque su santa esposa anduviera con la mosca detrás de la oreja con tanto toqueteo a vaginas ajenas, se decidió a inventar la solución definitiva a tales males. Sencillo, portátil, manejable y, además, no precisaba de ningún tipo de ayuda para utilizarlo. Cualquier mujer podía utilizarlo en su intimidad para automedicarse sin ningún efecto secundario negativo.
De modo que así fue, de una forma aproximada, cómo en el año 1870 vio la luz el invento del vibrador que, con el paso del tiempo, ha pasado de ser una solución médica a un problema de represión a un juguete sexual que utilizar para disfrutar de la sexualidad de una forma autónoma, libre y plena, ya sea en la intimidad de la soledad o introduciéndolo, nunca mejor dicho, en los juegos eróticos que tengamos a bien poner en marcha con nuestra pareja.